domingo, 6 de julio de 2014

ELIMINAR LA AUTOCOMPASION

Esta emoción es tan desagradable que nadie que esté en sus cabales quiere admitir padecerla. Aun cuando estamos sobrios,muchos de nosotros hacemos cuanto está a nuestro alcance para ocultarnos a nosotros mismos el hecho de que estamos atrapados en una telaraña de autocompasión. No nos gusta que se nos diga que sale a flote esta emoción, y rápidamente tratamos de argumentar que estamos experimentando una emoción distinta a esa tremenda sensación de "pobre de mí". O podemos también, en un segundo, encontrar una docena de razones perfectamente legítimas para sentirnos algo tristes por nosotros mismos.Mucho tiempo después de habernos desintoxicado pende sobre nosotros el sentimiento tan conocido del sufrimiento. La autocompasión es una arena movediza. El hundirnos en ella requiere mucho menos esfuerzo que la esperanza, la fe, o el simple movimiento.Los alcohólicos no tenemos este monopolio. Cualquier persona que pueda recordar un dolor o enfermedad durante la niñez puede probablemente recordar también el alivio de lamentarnos por lo mal que nos sentíamos, y la casi perversa satisfacción de rechazar toda clase de consuelo. Casi todos los seres humanos, pueden simpatizar profundamente con el clamor infantil de "¡Déjenme solo!".Una de las formas que toma la autocompasión en nosotros cuando dejamos de beber es: "¡Pobre de mí! ¿Por qué no puedo yo beber como todos los demás? ¿Por qué me tuvo que haber sucedido esto a mí ? ¿Por qué tengo yo que ser un alcohólico? ¿Por qué yo ?.

Ese pensamiento es el gran tiquete de entrada a un bar, pero no es más. El llorar sobre una pregunta sin respuesta es como lamentarnos por haber nacido en esta era, y no en otra, o en este planeta, en vez de haber nacido en una remota galaxia.Por supuesto, descubrimos que no se trata únicamente del "mí",cuando empezamos a encontrar alcohólicos recuperados en todo el mundo.Posteriormente, nos damos cuenta de que hemos empezado a vivir en paz con esa pregunta. Cuando llegamos realmente a acertar en una recuperación agradable, o bien encontramos la respuesta o simplemente perdemos interés en la investigación. Usted reconocerá este evento cuando le suceda. Muchos de nosotros creemos haber encontrado las razones poderosas que nos llevaron al alcoholismo. Pero aun en el caso contrario, continúa la necesidad mucho más importante de aceptar el hecho de que no podemos beber, y actuar en consecuencia. No es realmente una acción muy efectiva la de sentarnos en nuestra propia laguna de lágrimas.Algunas personas muestran un celo especial para rociar sal sobre sus propias heridas. A menudo sobrevive en nosotros una feroz eficiencia en ese juego inútil que proviene de nuestros días de bebedores.También podemos desplegar una extraña capacidad para convertir una pequeña molestia en todo un universo de lamentos.Cuando el correo nos trae la cuenta del teléfono, nos sentimos abrumados por nuestras deudas, y declaramos formalmente que nunca podremos terminar de pagar. Cuando se nos quema un asado, lo consideramos como una prueba de que nunca podremos hacer algo a derechas. Cuando llega el auto nuevo, decimos confidencialmente, "Con la suerte que yo tengo, algo me va a suceder".Es como si lleváramos a nuestras espaldas un morral lleno de recuerdo desagradables, tales como heridas y rechazos de nuestra niñez. Veinte, o cuarenta años después, ocurre un acontecimiento de menor importancia comparable a uno de aquellos que tenemos guardados en la bolsa. Esa es la ocasión en que nos sentamos, destapamos la bolsa, y empezamos a sacar de ella con todo cuidado, aquellas heridas y rechazos del pasado.Con un recuerdo emocional total, volvemos a vivir cada uno de esas frustraciones vívidamente, ruborizándonos de vergüenza porlas timideces de nuestra niñez, mordiéndonos la lengua por las ideas antiguas, repasando las antiguas disputas, temblando con temores casi olvidados, y tal vez llorando de nuevo por un fracaso amoroso de nuestra juventud.

Esos son casos extremos de autocompasión genuina, pero no son difíciles de reconocer para aquellas personas que alguna vez han tenido, visto o deseado esa sensación lacrimosa. Su esencia es la autoabsorción total. Podemos llegar a sentirnos tan estridentemente preocupados por nosotros mismos que perdemos el contacto con todos los demás. No es muy fácil congeniar con alguien que actúe en esa forma, excepto un niño enfermo. Por eso cuando nos sentimos en esa situación de "pobrecito yo", tratamos de esconderla, particularmente de nosotros mismos, pero no existe forma de librarnos de ella.Por el contrario, necesitamos arrojar de nosotros esa absorción,ponernos de pie, y dar una mirada sincera a nuestro proceder. Tan pronto como conocemos la autocompasión, podemos empezar a hacer algo acerca de ella, algo diferente de beber.Los amigos pueden sernos de mucha ayuda si son lo suficientemente íntimos como para poder hablarles francamente.Ellos pueden escuchar las notas falsas de nuestro canto de lamentos y decírnoslo así. O probablemente nosotros mismos podemos escucharlas; y empezamos a poner en orden nuestros sentimientos por el simple expediente de expresarlos en voz alta.Otra arma excelente es el humor. Algunas de las más resonantes carcajadas en las reuniones de A.A. se escucharan cuando un miembro describe su última orgía de autocompasión, y los asistentes nos vemos a nosotros mismos en ese espejo de diversión. Allí nos vemos hombres y mujeres adultos envueltos en el pañal emocional de un bebé. Puede ser un choque, pero la carcajada compartida ahuyenta muchos de los dolores, y el efecto final es muy saludable.Cuando observamos la iniciación de nuestra autocompasión,podemos también tomar una acción contra ella con un libro deinventario instantáneo. Por cada anotación de miseria en la columna del debe, podemos anotar una bendición en la columna de haber. La salud de que gozamos, la enfermedad que no tenemos, los amigos que hemos amado, el clima soleado, la buena comida que nos espera, el gozar de todas nuestras facultades, el cariño que se nos proporciona, la amabilidad que recibimos, las 24horas de sobriedad, el trabajo de una hora, el buen libro que estamos leyendo, y muchas otras causas de satisfacción que pueden totalizarse para contrarrestar el débito que causa la autocompasión.También podemos usar el mismo método para combatir las depresiones de los días festivos, que no suceden únicamente a los alcohólicos. Navidad, año nuevo, cumpleaños y aniversarios arrojan a muchas personas dentro de las marañas de la autocompasión. En A.A. podemos aprender a reconocer esa antigua inclinación para concentrarnos en la tristeza nostálgica, o mantener en circulación una letanía de lo que hemos perdido, de la gente que nos desprecia, y de lo pequeños que nos sentimos al compararnos con los ricos y los poderosos. Para contra rrestaresto, añadimos al otro lado del libro mayor nuestra gratitud por la salud, por las personas amadas que nos rodean, por nuestra habilidad para dar amor, ahora que vivimos en la sobriedad. Y nuevamente, el balance mostrará utilidades.