jueves, 10 de julio de 2014

HACIA LA PAZ Y LA SERENIDAD

… al haber mirado algunos de estos defectos honradamente y sin pestañear, después de haberlos discutido con otra persona y al haber llegado a estar dispuestos a que nos sean eliminados, nuestras ideas referentes a la humildad empiezan a cobrar un sentido más amplio.
— DOCE PASOS Y DOCE TRADICIONES, p. 71
Cuando se presentan situaciones que destruyen mi serenidad, frecuentemente el dolor me motiva a pedirle a Dios claridad para ver mi papel en la situación. Admitiendo mi impotencia, humildemente le pido aceptación. Me esfuerzo por ver cómo mis defectos de carácter han contribuido a la situación. ¿Podría haber sido más paciente? ¿Era intolerante? ¿Insistí en salirme con la mía? ¿Tenía miedo? Según se van revelando mis defectos, pongo a un lado mi independencia y humildemente le pido a Dios que me libre de mis defectos de carácter. Puede que la situación no cambie, pero cuando practico la humildad, disfruto de paz y serenidad, que son los beneficios naturales de poner mi confianza en un poder superior a mí mismo.